Foto de la Web del Ayuntamiento
Un
sol mortecino y amembrillado propio de este tiempo refulgirá hoy Día de Todos
Los Santos en las pulcras lápidas de las sepulturas de mi pueblo. Yo en cambio
lo veo todo envuelto entre una espesa niebla, como veo los puestos de castañas
en el carril que conduce al cementerio, y a las muchas mozas que juegan a la
comba cerca de los sembrados que ya verdeguean llegando casi a poder peinarse.
Ahí está el sepulturero,
sentado en la puerta de su casa con su uniforme de gala al completo. La gorra
con letras doradas la luce con la vanidad que le otorga ser funcionario. Su
casa colinda con la del cementerio por lo que por este hecho y las historias
que en voz baja se cuentan de él, los chiquillos le hacen cerco por el morbo
que envuelve a este personaje.
Dentro
del campo santo se oye la letanía de un responso en latín. El cura don Lucas
con la voz ronca que le caracteriza va desgranando: Kirie,
eleison. Christie, eleison, Kirie, eleison, Pater noster qui es in caelis.
Hay
fosas abiertas esperando al próximo finado. Una selva de cruces sin ningún
orden establecido reposan dispersas por todo el centro del cementerio hasta
casi llegar a los nichos que circundan todo su perímetro. La mayor parte de estas
tumbas lucen cruces pintadas de negro y purpurina ocre adornadas de algunos
pobres crisantemos; otras en cambio se encuentran tal vez olvidadas por sus
familiares pues están inclinadas mostrando flores de trapo deslucidas lo que prueba
su grado de abandono.
Un
grupo de chiquillos tratan de asomarse al osario que está en un rincón del
cementerio. Allí reposan en absoluto desorden huesos y calaveras entre restos
de carcomidos ataúdes. La alta pared del Corralillo de los Ahorcados no deja
ver su interior. La entrada la tiene por una puerta que da al exterior. Cuentan
que una vez segaron las avenas y el ballico que crecía dentro de su recinto.
Quién lo hizo fue para dárselo como pienso a las bestias. Llegado a su casa al
echarlas en el pesebre los animales retrocedieron hasta un rincón de la cuadra
sin llegar a probar bocado.
Después
de un rato deambulando por el cementerio abro los ojos y es el techo en vez del
cielo lo que descubro. Y el cielo como
Kant sobre mi frente..., así reza en su tumba parte del epitafio a don
Antero Jiménez Sánchez, el poeta de nuestro pueblo. Yo me he quedado dormido no
bajo la higuera, sino en el sofá de mi casa después de comer y vuelvo ahora a
la realidad escribiendo lo soñado.
Acabada
mi dulce ilusión me da tiempo para continuar esta vez soñando despierto
volviendo de nuevo al pasado, cuando esta noche a la hora de la cena mi padre
me mandaría subir a la cámara a por un melón. Qué miedo y qué canguelo mientras
sonaban las campanas tocando a muerto y el resplandor de las mariposas de
aceite se filtraba por los huecos de la puerta de la cantarera. A mi padre no
podía decirle la gilipollez esa de truco
o trato. Eran otros tiempos. Recuerdo que hasta llovía y hacía frío y la
familia se reunía esta noche en torno a la lumbre contando historias tenebrosas
mientras que el humo de las chimeneas se desparramaba por las calles de nuestro
pueblo dándole un aspecto fantasmagórico bañado todo por los ecos fúnebres de
las campanas.
Todo
esto que cuento forma parte de nuestro pasado. Bueno, pido perdón porque aún
nos queda algo de aquello, pues me dice mi mujer que esta noche como postre
degustaremos gachas con tostones. Esto formaba y sigue formando parte de
nuestra tradición el Día de Todos los Santos. Un lujo que no debemos perder.
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