viernes, 18 de noviembre de 2016

ANTONIO EL JORNALERO



Antonio El Jornalero.

(La violencia de género que heredamos de nuestros ancestros)

Olivares solo de un dueño, noche de plata y de faca, la luna como un farol mece sus sombras alargadas. Tienen miedo los olivos, hasta sus ramas se abrazan. Trota un caballo en la noche, de verano clara y cálida. Las bridas en una mano, la otra dentro de la faja. Lleva prisa por llegar, antes de que llegue el alba, quiere saldar una deuda de cuatro duros de plata. No se oyen ni los grillos, hasta las lechuzas callan, sólo los cascos del caballo son los ecos que acompañan, a Antonio el jornalero que con su camisa blanca camina hacia el cortijo entre olivares y cañas. Atrás ha dejado el pueblo y una moza amortajada, aquella que iba a ser su mujer cuando pasara Santa Ana.
Él ganaba medio real cuando el amo le avisaba, y no cuatro duros en un rato salidos de la misma arca. Ya se divisa el cortijo en la loma blanqueada, se oyen ladrar a los perros anunciando su llegada. Piedras heridas de herradura en la lonja retumbaban. Al tiempo que avisan al amo Antonio acaricia su faja. La luz de un balcón salpica aquella camisa blanca. Después, un ruido sordo rompe el silencio del alba. Bata de seda sangrante queda en el balcón colgada. Se oyen voces, se oyen gritos, hasta la luna corre asustada y se tapa con mantas negras vistiendo de luto el alba. Cuatro monedas caen al suelo, son cuatro duros de plata, suena el metal contra las piedras como fúnebres campanas. Rayando la luz del día, cuando la luz prendía la mañana, en una aurora sin lucero, mortecina renegrida y cálida, montado en su caballo negro llora de pena el penado por su honra mancillada, y no por aquella moza que dejó amortajada, aquella que iba a ser su mujer cuando pasara Santa Ana.
                                                        

                                                     
                     
                                                            Antero Villar Rosa
                                                   

martes, 1 de noviembre de 2016

DÍA DE TODOS LOS SANTOS

                                     
                                                           Foto de la Web del Ayuntamiento



Un sol mortecino y amembrillado propio de este tiempo refulgirá hoy Día de Todos Los Santos en las pulcras lápidas de las sepulturas de mi pueblo. Yo en cambio lo veo todo envuelto entre una espesa niebla, como veo los puestos de castañas en el carril que conduce al cementerio, y a las muchas mozas que juegan a la comba cerca de los sembrados que ya verdeguean llegando casi a poder peinarse. Ahí está  el sepulturero, sentado en la puerta de su casa con su uniforme de gala al completo. La gorra con letras doradas la luce con la vanidad que le otorga ser funcionario. Su casa colinda con la del cementerio por lo que por este hecho y las historias que en voz baja se cuentan de él, los chiquillos le hacen cerco por el morbo que envuelve a este personaje. 
Dentro del campo santo se oye la letanía de un responso en latín. El cura don Lucas con la voz ronca que le caracteriza va desgranando:  Kirie, eleison. Christie, eleison, Kirie, eleison, Pater noster qui es in caelis.
Hay fosas abiertas esperando al próximo finado. Una selva de cruces sin ningún orden establecido reposan dispersas por todo el centro del cementerio hasta casi llegar a los nichos que circundan todo su perímetro. La mayor parte de estas tumbas lucen cruces pintadas de negro y purpurina ocre adornadas de algunos pobres crisantemos; otras en cambio se encuentran tal vez olvidadas por sus familiares pues están inclinadas mostrando flores de trapo deslucidas lo que prueba su grado de abandono.
Un grupo de chiquillos tratan de asomarse al osario que está en un rincón del cementerio. Allí reposan en absoluto desorden huesos y calaveras entre restos de carcomidos ataúdes. La alta pared del Corralillo de los Ahorcados no deja ver su interior. La entrada la tiene por una puerta que da al exterior. Cuentan que una vez segaron las avenas y el ballico que crecía dentro de su recinto. Quién lo hizo fue para dárselo como pienso a las bestias. Llegado a su casa al echarlas en el pesebre los animales retrocedieron hasta un rincón de la cuadra sin llegar a probar bocado.
Después de un rato deambulando por el cementerio abro los ojos y es el techo en vez del cielo lo que descubro. Y el cielo como Kant sobre mi frente..., así reza en su tumba parte del epitafio a don Antero Jiménez Sánchez, el poeta de nuestro pueblo. Yo me he quedado dormido no bajo la higuera, sino en el sofá de mi casa después de comer y vuelvo ahora a la realidad escribiendo lo soñado.
Acabada mi dulce ilusión me da tiempo para continuar esta vez soñando despierto volviendo de nuevo al pasado, cuando esta noche a la hora de la cena mi padre me mandaría subir a la cámara a por un melón. Qué miedo y qué canguelo mientras sonaban las campanas tocando a muerto y el resplandor de las mariposas de aceite se filtraba por los huecos de la puerta de la cantarera. A mi padre no podía decirle la gilipollez esa de truco o trato. Eran otros tiempos. Recuerdo que hasta llovía y hacía frío y la familia se reunía esta noche en torno a la lumbre contando historias tenebrosas mientras que el humo de las chimeneas se desparramaba por las calles de nuestro pueblo dándole un aspecto fantasmagórico bañado todo por los ecos fúnebres de las campanas.
Todo esto que cuento forma parte de nuestro pasado. Bueno, pido perdón porque aún nos queda algo de aquello, pues me dice mi mujer que esta noche como postre degustaremos gachas con tostones. Esto formaba y sigue formando parte de nuestra tradición el Día de Todos los Santos. Un lujo que no debemos perder.