A
veces, me resulta indignante oír en los medios de comunicación a tertulianos y leer a columnistas en determinados diarios de tirada nacional argumentando críticas muy duras sobre nuestra sanidad nacional. Yo estoy de acuerdo
de que todo lo bueno se puede mejorar, pero de ahí a presentar un panorama
desolador en lo concerniente a la sanidad actual es muy
cuestionable.
La mayoría de estos críticos nacieron al amparo de una tarjeta sanitaria y su opinión casi siempre no es la suya sino de quiénes les mandan y les dirigen siguiendo consignas del ideal del medio donde trabajan, dándome igual del grupo político al que pertenezcan. Al final, de forma descarada todos barren en pos de lo que les manda su amo que es el que les paga.
La mayoría de estos críticos nacieron al amparo de una tarjeta sanitaria y su opinión casi siempre no es la suya sino de quiénes les mandan y les dirigen siguiendo consignas del ideal del medio donde trabajan, dándome igual del grupo político al que pertenezcan. Al final, de forma descarada todos barren en pos de lo que les manda su amo que es el que les paga.
He dicho anteriormente que la mayoría
de estos críticos nacieron al amparo de una tarjeta sanitaria y es verdad;
nacieron cuando la Seguridad Social
ya funcionaba en España, cuando ya existían los médicos de cabecera, cuando no
había que pagar nada por lo medicamentos, cuando en el ambulatorio más cercano
a tu domicilio había siempre un médico de urgencias, cuando la ambulancia
tardaba cinco minutos en llegar al domicilio del enfermo, cuando ya existían
hospitales con especialistas de todas las ramas de la medicina con la cirugía
más avanzada, y un largo etcétera más de derechos ganados poco a poco por
aquellos que como yo nacimos cuando todo lo que he indicado no existía. ¿Pero de lo
mencionado no teníais nada? Dirán los más incrédulos. Nada, por eso quiero refrescarles la memoria a muchos, y para ello me voy a trasladar a nuestro pueblo hasta
los años cincuenta.
En nuestro pueblo ante cualquier
emergencia cuando yo era niño sólo disponíamos de la Casa de Socorro que si mal
no recuerdo estaba ubicada en los años que ya he señalado en la calle Tomillar.
Creo recordar que sólo se abría para atender casos de necesidad, como lesiones
o contusiones por accidente que eran solucionadas con unas grapas y otras curas
de vendajes y esparadrapo, ya que cuando las circunstancias lo requerían la familia llamaba al taxista para llevar al accidentado o al enfermo hasta el
Hospital de San Juan de Dios de Jaén, entonces atendido por Hermanas de la Caridad que dicho sea de
paso hacían una labor encomiable. Después, la familia tenía que ir al
Ayuntamiento a solucionar los papeles de la Beneficencia que casi
siempre eran aceptados, so pena de que el solicitante disfrutase de un nivel
económico elevado recomendándoles a estos entonces la sanidad privada.
El no gozar de buena salud no tan sólo
era una desgracia por el sufrimiento del enfermo, sino que en el plano
económico podía llevarse los ahorros de toda una familia, puesto que la
precariedad y la masificación de los que se acogían a la Beneficencia hacía
que la familia optase por el “médico por los dineros” -como en nuestro pueblo
se decía y aún se sigue utilizando esta expresión-, con tal de salvar la vida
del familiar.
Se preguntarán algunos también si en
nuestro pueblo no había médicos; efectivamente los había pero privados, al igual que practicantes, hoy llamados ATS. A ambos, había que pagarles cuando realizaban
cualquier función propia de su competencia. Asimismo los medicamentos eran
costeados por los enfermos.
Había un médico en nuestro pueblo que era en
aquél tiempo nuestro 061 de hoy, o nuestro Samur, el hombre que a cualquier
hora estaba dispuesto para atender a un enfermo, con un corazón grande y
generoso ya que se le olvidaba cobrar a las personas necesitadas y entonces
eran muchas; me estoy refiriendo a don Manuel Pulgar, al que busco su imagen en
mi memoria y me aparece con su pequeño maletín donde llevaba su instrumental caminando
a paso ligero muchas veces con dirección al domicilio donde le requerían. Un
abnegado de su profesión y un buen hombre, así fue don Manuel Pulgar al que me
alegro recordar hoy pues hablando de la sanidad de entonces en nuestro pueblo
no podía olvidar dedicarle unas líneas en su recuerdo.
Hace tiempo, a principios de los años
noventa visité junto con mi mujer y un grupo de amigos un país que no quiero
mencionar porque de inmediato algunos de los afines a los que allí gobiernan
pudiera sin pretenderlo herir su susceptibilidad. Allí, y lo tengo grabado en
un video, la directora del hospital de una población de más de doscientos mil
habitantes nos pidió que le enviásemos todas las medicinas que pudiéramos,
entre todo cosas tan primarias como jeringuillas. Vi a gente de los que me
acompañaban llorar en aquél hospital de planta baja con el techo de uralita
donde las analíticas las hacían manualmente utilizando guarismos. Esto que
comento es a modo de comparación con lo que es nuestra sanidad.
Hoy la media de esperanza de vida en
España es la más alta de Europa estando en 82,5 años. Yo quisiera como tú
también que la medicina fuera totalmente gratis como antes lo fue y nada de
copago, pero habrá muchos que estén de acuerdo conmigo de que la barra libre
trajo como consecuencia el despilfarro, y como resultado de ello en muchos
hogares existían “mini-farmacias” que luego la mayoría de los medicamentos iban
al cesto de la basura. Ahora, por culpa de muchos abusos como estos y también
por los innombrables gobernantes que hacen cola para entrar en la cárcel,
estamos en un periodo de recortes que espero pronto sean restituidos.
Pero lo que si quiero dejar claro es
que en España disfrutamos de una sanidad que es para estar orgullosos, con
defectos que habrá que mejorar no cabe duda, pero que tal y como está el
panorama hoy parece que esto va para largo. Tal vez lo mejor es decir: Virgencita que me quede como estoy.
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