La banda de música de nuestro pueblo ha
sido siempre un elemento imprescindible en cualquier evento a celebrar, tanto
festivo, cultural, o religioso, y tan es así, que aquellos espectáculos en los
que por circunstancias no llega a intervenir, se le echa en falta de inmediato,
ya que la música es la mecha que enciende el ánimo de las gentes.
Los cohetes y la
música, la música y los cohetes, andan ambos hermanados en cada uno de los
festejos de nuestro pueblo, pues su estallido sobrecogedor al mezclarse con el
grato y placentero de los acordes de nuestra banda municipal, sirven los dos
para despertar y condicionar la alegría y el júbilo de los torrecampeños. Una
fiesta sin música y sin cohetes en nuestro pueblo tan dado a los festejos y
celebraciones, seria lo más parecido a un funeral, y en estos tiempos que
corren viene bien el mantener el espíritu alegre para esconder los problemas
que nos crean los demás, más los que nosotros mismos nos inventamos.
Pero mi intención hoy
no es hablar de nuestra banda municipal, sino de una figura muy entrañable que
formaba parte de ella y que con el tiempo desapareció, y dada mi ignorancia en
estos temas me pregunto las razones por las que hubo de suspenderse el papel
que desempeñaba, el papelero de la banda,
del cual quiero hoy comentarles.
Es
posible que muchos de nuestro pueblo no hayan oído hablar nunca de este
personaje que formaba parte de la banda municipal, al que yo hoy quiero
recordar con mucho cariño, porque rememorando a esta figura desaparecida, me
sirve también para recordar a mi hermano Juan, quién ejerció siendo muy pequeño
como papelero.
No tendría más de siete años cuando llegó un
día a casa mostrando impresos de solfeo
con las notas dibujadas en el pentagrama, y que a los pocos días desgranaba una
por una con un soniquete muy especial ateniéndose a la enseñanza impartida por
el maestro Pancorbo. Al poco, con tan escasa edad, vistió el uniforme de músico
para hacer las funciones que le correspondía como papelero, y así comenzó a ejercer como tal, colocando al principio
las partituras en los atriles de cada uno de los músicos con arreglo al guión
que el maestro le ordenaba. También iba a avisar a las casas de los músicos; la
mayoría de ellos eran carpinteros y herreros, para decirles el día y la hora
que había ensayos extraordinarios.
En los conciertos
que la banda interpretaba los domingos en la plaza, yo lo veía colocar las
sillas de los músicos y la tarima del director donde subido junto al maestro,
sujetaba las partituras de las posibles ráfagas del viento, y a una indicación
de este pasaba la hoja de la composición mientras interpretaban. Una vez
terminado el concierto, debía de archivar y ordenar todas y cada una de las
partituras.
Recuerdo verlo
desfilar en las procesiones religiosas guardando la marcialidad y la compostura
debida, adentrándose a intervalos entre las filas de los músicos para
comunicarles la pieza musical que inmediatamente se iba a interpretar, mientras
llevaba en su mano una carpeta donde en su interior albergaba duplicados de las
piezas musicales por si alguno de los músicos extraviaba la suya o el aire se
la arrebataba.
Así, poco a poco me
fui familiarizando si querer por su continuo repetir, con los nombres de todos
y cada uno de los instrumentos musicales que utilizaba la banda municipal,
incluso aquellos con apelativos tan rimbombantes como: oboe, fagot, requinto,
fliscorno, trompa, etc.
Este era el papelero de la banda municipal de
nuestro pueblo. Una figura que como ya anuncié al principio quedó extinguida, y
que además de cumplir con las obligaciones descritas propias de su cargo,
también servia de enlace e instrumento para fomentar el amor a la música desde
la más temprana edad, y en el caso de mi hermano quedó demostrado cuando al
poco formó parte de la banda de música de nuestro pueblo tocando el clarinete.
Muchos años más tarde en su ciudad adoptiva, que es la misma que la mía,
también lo oí tocar en otra banda municipal, donde durante mucho tiempo por
iniciativa suya en las procesiones, interpretaban Nuestro Padre Jesús; marcha
procesional jiennense por excelencia, y en este caso, siempre, la emoción
llegaba a embargarme consiguiendo que aflorara en mi alguna lágrima.
El amor a la música
de mi hermano instalado en él desde su niñez como papelero, llegó a transmitirlo a sus hijas, y hoy, una de ellas, mi
sobrina Estrella, ejerce de profesora de música. Él, como hobby, dirige una
coral de mayores con mucho acierto.
Me dicen que el
trabajo del papelero lo realiza en
algunas bandas un músico del grupo con el puesto de encargado de archivo. Me parece muy bien, pero en la música al
igual que en el fútbol se debe de cuidar a la cantera, y la figura del papelero en aquellos tiempos servia
entre otras cosas para sembrar y promover el amor por algo tan extraordinario y
sorprendente como es la música. Música que entre cosas nos emociona, y nos
enamora, nos hace también meditar e incluso en ocasiones llorar cuando
recordamos pasajes felices vividos de un tiempo pasado que ya no volverá.
A mi me encanta la música, la buena música,
porque me relaja y me ayuda a descargar tensiones, sobre todo en esos días en
que mi estado de ánimo lo necesita. A otros les sirve para bailar. ¡Lástima que
a mi no me guste el baile! Todo, porque estoy sordo de los dos pies. Como dijo aquél: Nadie es perfecto.
A medida que ha ido pasando el tiempo he ido admirando más el trabajo de la banda de música de Torredelcampo. Ahora siempre que puedo asisto a sus conciertos. Por cierto no conocía la figura del papelero.
ResponderEliminarCuento cosas de “abuelete”, de persona mayor. Me alegra que asistas a los conciertos de la banda de nuestro pueblo, yo si pudiera también lo haría.
ResponderEliminarGracias, tus palabras me alientan.