No
sé exactamente la fecha que la televisión llegó a nuestro pueblo pero puede que
fuese a principios de los años sesenta. José Eliche –el de la tienda de radios-, fue uno de los primeros en traer un televisor a la venta en Torredelcampo. Lo recuerdo perfectamente
cuando su comercio se convirtió en un continuo peregrinar de los que íbamos a
ver a aquél aparato que tenía expuesto en alto para que desde la calle se
viera.
Y
así fue como uno de los grandes ingenios del siglo pasado se introdujo en
nuestro pueblo. Los mayores detractores a este invento fueron las personas mayores, ya que
cuando aquella principiante y recién germinada televisión que emitía unas horas
al día en blanco y negro con un
chisporreteo de nieve incesante que hacía que las imágenes no se vieran con
nitidez, la mayoría de los ancianos le auguraron una corta vida al aparato en
el que las personas se veían en tamaño reducido; “Son muñecos chiquitillos y borrosos. Onde se ponga el sine”, era
esta una frase repetida por los más mayores de aquellos tiempos.
Pero
aún para reforzar más la tesis de sus malos augurios estaba el precio del
aparato. ¿Quién podría pagar aquél dineral? Sólo lo podían comprar los económicamente
muy fuertes, de ahí que al principio de los sesenta, según cuentan, el números
de televisores en España eran de unos cincuenta mil. Pero poco a poco los
precios fueron bajando, sobre todo cuando el estado suprimió el impuesto de
lujo y el televisor ya por importes más asequibles fue introduciéndose poco a
poco en muchos hogares.
Quiénes
compraban por aquél entonces un televisor demostraban con ello dar a entender
que poseían dinero, y este signo externo de riqueza se transformaba además en
ejemplo de modernidad y también el de ser personas que estaban a la moda con las
nuevas tecnologías. Y así, pronto, en cada una de nuestras calles o barrios al
menos hubo un televisor, y la casa del amigo se convirtió en una especie de
teleclub donde íbamos a ver los partidos de fútbol sentados en el suelo ya que
la sala se llenaba de gente mientras que sus padres aguantaban estoicamente el
griterío sin protestar compensados con su solapada y más que evidente vanidad,
la cual afloraba en sus rostros sin disimulo alguno.
Poco
a poco el televisor se iba metiendo en las casas pues la gente lo adquirían
atraídos con programas culturales como Cesta y Puntos, -este era un concurso
que a mi me tenia enganchado-. De aventuras para recordar: Bonanza, El Santo,
El Fugitivo, musicales como: Escala Hi-Fi, y aquella Galas del Sábado, donde
pasaron grupos de la talla de: Los Brincos, Los Mustang, Los Bravos con su
Black is Black, Los Pequeniques, Los Salvajes, Pop Tops, Los Sirex, El Duo
Dinámico y cantantes como Adamo y Raphael, entre otros muchos. Aquél otro
programa infantil de Locomotoro, con el Capitán Tan, Valentina y el Tio
Aquiles, distraían a la chiquillería de mis tiempos de adolescente. Las Noticias, donde la
guerra del Vietnam durante los años que duró el conflicto siempre ocupó un
amplio espacio en cada uno de los telediarios y llegaron a mezclarse con
aquella otra guerra llamada de los Seis Días. De corresponsales en el
extranjero, quién no recuerda en los telediarios a Jesús Hermida en Nueva York
y a José Antonio Plaza en Londres.
La
televisión nos cambió a todos y pongo a prueba la memoria de los de mi edad y
aún más veteranos que recordarán que cuando toreaba El Cordobés la gente del
campo daba de mano antes para llegar a la hora que la televisión retransmitía
la corrida. ¿Quién de mis tiempos no se acuerda también el ver en la tele aquella
boda tan sonada de Balduino y Fabiola?
Poco
antes del Mayo Francés dejé de ver la televisión en los bares y en otros
sitios donde siempre me consideraba un intruso a pesar de la amabilidad con la
que era recibido, y cambié aquellos televisores por otro compartido en el
comedor de la pensión donde me alojaba cuando abandoné el pueblo.
Estando
disfrutando de unos días de permiso recuerdo ver la llegada del hombre a la luna
en el televisor de mis padres los cuales fueron muy remisos hasta comprarlo en
el establecimiento antes mencionado. Desde que se vendió el primer televisor en
nuestro pueblo lo mismo que en otros municipios sirvió no sólo para
distraernos sino para romper la comunicación entre los vecinos y hasta si me
apuran la convivencia familiar.
Hoy,
más de cincuenta años después, la tele en los hogares se ha convertido en un
miembro más de la familia. Cada uno dispone de un aparato en su cuarto,
habitación, comedor o cocina para así ver por separado su programa favorito y
su cadena elegida en las que en algunas desgraciadamente en horas en que los
niños no se han comido aún la merienda sueltan entre otras perlas quién es
aquella que tiene un romance con la otra, y quién es el otro que no se ha
enterado que su mujer es una de las dos referidas utilizando para ello una
jerga verdulera y obscena de gestos y palabras. Un verdadero asco. Esta es parte de la
televisión actual, la que por cierto es la que más reclama el público logrando
por ello los mayores índices de audiencia, hoy llamado: share. Ante programas así, prefiero que vuelvan a
reponer “Crónicas de un pueblo” ¿Os acordáis? Era aquella del maestro, el cura,
el cartero, el alcalde y también entre otros personajes aquél niño llamado
Juanito. Esta serie retrató a la sociedad de los pueblos de aquella época en
los que por cierto se vivía aún de una forma muy sosegada y que sin querer herir
la susceptibilidad de nadie, pienso que en esa serie nos veíamos reflejados
todos.
Antes
de terminar debo de confesar y me avergüenzo por ello, de no saber quién fue el
inventor de la televisión. Algún día haciendo zapping espero oírselo decir a alguno
de las pandillas de ciertas cadenas mientras se despellejan entre ellos. Panda
de...c.
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