De mi diario.
Noviembre, 2007
Es difícil acostumbrarse a la soledad cuando los hijos por ley natural abandonan el hogar, sobre todo cuando lo hace el último de ellos, ya que el silencio que dejan a partir de ese momento se funde con mil silencios. Es entonces cuando un extraño sentimiento te invade combinándose la tristeza con la nostalgia y la añoranza con la melancolía, elaborándose un cóctel que lo más entendidos a esta extraña sensación le han dado en llamar “Síndrome del nido vacío” por el cual yo estoy pasando.
Hoy en plena efervescencia de este resquemor difícil de definir he pasado al cuarto de mi hija Ana, la última en despedirse y no me acostumbro a ver que todo esté ordenado. No veo ninguna carpeta en su cama, ni apuntes, ni libros de la universidad. Los bolígrafos que siempre habían reposado de forma desordenada en su mesa de escritorio, descansan y duermen ahora en un cubilete formando un haz de lapiceros y plumas holgazanas.
Tampoco veo sus “cedés”, ni sus zapatos, aquellos que nunca logramos que se descalzase en lugar de la casa que tenemos reservado para ello. Echo de menos su música, a veces estridente, y a nuestras controversias propias entre un padre y una hija, creyéndose muchas veces que le hablaba como un amo y no como un consejero; pero sobre todo lo que más trabajo me está costando es a no oír el sonido de la puerta de la casa al abrirse, y su voz al entrar preguntando: ¡Mamá!, para de inmediato: ¿Y papá? Era como una rutina.
Ya no tengo que dormitar los fines de semana en duermevelas, esperando su regreso, ni preguntar a mi mujer cuando quedaba dormido ¿Ha venido ya la niña?
Creo que me será difícil acostumbrarme a este silencio tan difícil de digerir, que el tiempo por ser ya mayor me ha regalado, como la mitad del otro silencio que su hermana nos dejó cuando también por ley de vida abandonó la primera el hogar.
Febrero 2013
Yo aprendí a vivir nadando en la pobreza. En mi peregrinar no encontré más caminos que senderos abruptos y escabrosos siempre lejos de mí cuna de madera, ¿Pero tuve cuna? Ni eso creo que tuviera, aunque sí tierra donde me acunaron a la que amo sin saber si soy correspondido. Pronto pasaron los años, como un soplo, como una brisa fresca. No conté los vientos, ni tantas lluvias y tormentas. Conté sólo dos rosas, mis hijas, y viví siempre para ellas, buscando su felicidad, que no mis soles, pero la prisa por encontrarles mejores edenes ahogó siempre mis ansias de pasar más tiempo en el jardín donde las custodiaba, y creo que llegué a malgastar por eso mi vida y mí tiempo dilapidándolo en administrar con toda responsabilidad y exactitud cosechas ajenas.
Ahora, en el otoño de mi vida sólo le pido a ése tiempo perdido, que me devuelva aquellas sonrisas que yo ahorré, ¿cuántas?... millones de ellas, las cuales tengo contabilizadas en el granero de mi memoria, para regalarlas con intereses leoninos si cabe a unos tiernos retallos, mis nietos, nacidos de aquellas mis dos rosas.
14 de Febrero de 2013 fecha del nacimiento de mi nieta Jimena.