martes, 1 de mayo de 2012

FUNCIONARIOS

           

            Nunca me ha gustado adentrarme por los vericuetos escabrosos de la administración. Tal vez provenga mi animadversión y mi ojeriza, de aquellos recuerdos que aún perduran en mi, del: -venga usted mañana- - a su solicitud le falta un timbre del estado, y otro del colegio de huérfanos- o  -lo siento es por triplicado, era lo acostumbrado  después de esperar largas colas ante cualquier ventanilla.

          El funcionario a tu solicitud te miraba en muchos casos con destemplanza, observándose en él una actitud déspota, queriendo transmitirte que él no estaba allí para en cierto modo aguantar tus demandas ya que tú no le pagabas, sino el que colgaba de un cuadro en su despacho. Pero eso sí, su vestimenta era más de lo correcta que su penuria le permitía, puesto que todos iban con corbatas trajes o americanas que aunque raídas y desgastadas parecían revestir al funcionario de cierta aureola de seguridad y de respeto.

         Hace unos días he tenido que batallar entre algunas de las áreas de un determinando organismo tratando de solucionar cierto asunto personal.   El funcionario que me atendió en su mesa numerada me pareció desde principio muy voluntarioso, además de afectuoso y atento. Vestía americana; su corbata se dejaba ver desde donde terminaba el vértice de su jersey hasta el nudo a lo windsor con el que se la anudaba. Una vez le expuse el motivo de estar allí, muy educado él, me dijo que antes debería ir a otro departamento distanciado a unos veinte kilómetros de donde me encontraba para requerir un servicio previo al que yo solicitaba. Le dije que si estaba seguro de ello. Lo vi dubitativo, hasta el punto que se levantó a preguntar en otras de las mesas. Mientras lo hacía observé como la raya de su pantalón le caía en vertical por ambas piernas, mientras que no paraba de ajustarse la chaqueta durante el tiempo que estuvo hablando con su compañero, por lo que lo catalogué como presumido y coqueto.

         No hubo remedio, por lo que a regañadientes tuve que desplazarme hasta el alejado negociado. Un antiguo compañero de trabajo con el que acostumbro a diario a tomar café se prestó a acompañarme por lo que la hora y media de espera mirando una gigantesca pantalla esperando que tu letra y número apareciera se me hizo menos larga.

         Cuando fui requerido conforme me iba acercando a la mesa asignada, le vi y la verdad que dudé sobre si darme la vuelta. La persona que esperaba que me atendiera me pareció que no podía ser por su aspecto la más apropiada para atender a nadie. El funcionario en cuestión ofrecía un aspecto bastante deplorable para estar en una mesa atendiendo al público. Lucia una barba larga espesa y descuidada que le tapaba la boca, hasta el punto que cuando me invitó a sentarme me pareció que la voz no salía de su garganta, ya que la espesura del pelambre impedía apreciar cuando hablaba. Se recogía el pelo con una larga coleta que le descansaba hasta casi la mitad de su espalda. Vestía una especie de cazadora más parecida a la de un chándal y una camiseta con letras en inglés que de principio sólo pude leer: Save the.

         Escondí mi recelo hasta donde pude, pero estoy seguro que advertiría mi infundada desconfianza. Le expliqué lo que quería. Me miró y por el gesto de sus ojos intuí que detrás de su frondosa barba se escondía una sonrisa. -Amigo, le han mandado mal. –Me dijo -Lo que usted solicita lo hace la administración de forma mecánica finalizado el plazo de... esto está recogido en la circular, número, barra, año, orden, fecha etc... Se sabía hasta quién la firmó. Viendo mi mutismo me preguntó ¿Y dice usted que lo han mandado desde...? ¡Vaya faena! Lo siento... ¡Mire, le aseguro que no trato de confundirle, y es más, espere! Al momento dirigió su mirada al ordenador y sus manos le dieron con rapidez al teclado. A los pocos segundos se levantó y se dirigió a una impresora que tenia a sus espaldas. Ahora pude leer las letras completas de su camiseta: Save the children y ver el resto de su indumentaria que consistía en un pantalón vaquero y unas zapatillas de deporte. El indecoroso funcionario para apagar mis dudas me dio la circular en cuestión cortando con unas tijeras los datos que le pudieran comprometer. Seguidamente en poco más de dos minutos me puso al corriente con toda clase de detalles sobre mi asunto -Vaya tranquilo. Fueron sus últimas palabras mientras se despedía de mí.  

         Después, para reparar que a otros como yo le hiciesen perder el tiempo fui al lugar donde me mandaron y esperé a que el coqueto dandi estuviese libre. Le entregué la circular en cuestión y quedó sorprendido. Me dijo que si podía hacer una fotocopia de ella. -Una no, mil si usted quiere. -Le respondí.  

         Hoy he recibido contestación del organismo solicitante, ajustándose a lo legislado y establecido en la circular por la que me informó el funcionario poco decoroso, y he dado en pensar en la terrible equivocación que cometemos al catalogar a las personas por su aspecto. El hábito no hace al monje, es un dicho popular, pero... ¡Dios, que buen vasallo, si portase buena armadura! Me estoy refiriendo al entendido, al buen profesional y puesto al día. Al ejemplar funcionario de las barbas.        
                    

1 comentario:

  1. Es un error que cometemos a menudo, dejarnos llevar por las apariencias, por lo que vemos en la superficie, y cuando escarbamos un poco nos sorprende lo que nos encontramos. Lo bueno es reconocer el error como has hecho, amigo Antero. Ya se sabe... rectificar es de sabios.

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