Foto cedida por Pedro Quesada del Ayuntamiento de Torredelcampo
Era la tarde-noche de la Nochebuena pasada. Recuerdo que el sol se escondía entre rojos y anaranjados colores tiñendo a la sierra madrileña que se divisaba a lo lejos de una fugaz y cobriza tonalidad. Andaba yo por una calle de una reciente urbanización de viviendas adosadas, por donde en algunas de su chimeneas el humo se derramaba mansamente envolviendo el anochecer de una neblina artificial, adobada ya a esas horas por algún temprano guiso navideño. La tarde era muy gélida, y el viento serrano del norte me arañaba la cara a medida que iba caminando por la empinada calle semidesierta de viandantes. Tan sólo una pareja a lo lejos y en misma dirección de forma lenta los veía caminar, mientras que a juzgar por sus voces parecían discutir entre ellos. Arrecié el paso para cuanto antes adelantarlos. Cuando estuve a pocos metros pude apreciar que se trataba de una mujer mayor y un muchacho joven, siendo éste el que yo entendí que le gritaba a la anciana.
Al rebasarlos les miré de manera discreta, y mi recelo se transformó en sorpresa. Él, sostenía un libro abierto que le leía a la mujer esforzando la voz tal vez por la escasa audición de su acompañante. Ella, era una mujer posiblemente octogenaria de pelo enmarañado y revuelto, que se aferraba al caminar a un brazo de su acompañante haciendo continuas paradas para descansar como la que hicieron cuando los rebasé. Me volví pecando de comedimiento, pero no lo pude evitar, pues era la primera vez que veía algo semejante, fue cuando ella le dijo a quién pudiera ser su nieto: -Repíteme esa frase nuevamente, pues me ha gustado mucho.
En ese momento yo tenía que haberle interrumpido para decirle: Señora, a mi me gusta la gente que lee, o algo así. Porque tal vez, aquella anciana por su avanzada edad y sus ojos es de suponer más que cansados, no pudiese ya leer, y estoy seguro que de ser así, para ella esto seria un sufrimiento, pero el bello gesto de su acompañante me resultó que seria el mejor regalo que le podía hacer en navidad a la anciana.
Y allí los dejé en la tarde-noche de la Nochebuena , en su insólito taller de lectura al aire libre, mientras que la tarde agonizaba ya que al poco se encendieron las farolas, y la claridad fue lentamente dando paso a la oscuridad de la noche. Durante mi largo paseo recordé que otro taller de lectura me esperaba muy diferente: el Taller de Lectura de mi pueblo.
Así fue. El pasado día 10 de enero, estuve en la sala estudio de la biblioteca municipal con un grupo de personas las cuales querían tener un encuentro con este modesto escritor, autor de “Cuando los olivos lloran”. Todas las personas que asisten periódicamente al Taller de Lectura de Torredelcampo, tienen un objetivo común: la lectura. Las reuniones que mantienen, sirven para analizar y exponer el criterio y la opinión que les merece un libro que previamente han elegido de antemano.
Y yo, este humilde y novel escritor, tuve el honor de ser invitado por sus componentes a un encuentro para comentar mi libro. He de manifestar mi agradecimiento porque me sentí muy honrado desde el principio al saber que mi obra iba a ser analizada por todos ellos en mi presencia.
En la reunión, hice una breve semblanza de mi vida desde mis más tiernos albores, subrayando mi pasión por la escritura y la lectura, y de cómo se forjó en mí la idea y la aventura de escribir mi libro.
Quise hacer hincapié de que muchos posiblemente al leer mi novela –Ya lo escribe en el prólogo Juan Armenteros: Críticas vendrán que te herirán-, se sientan dolidos porque entiendan que he magnificado en su detrimento a cierto sector de aquella sociedad en la que me tocó vivir, y otros dirán que he sido muy limitado y hasta benevolente. A todos ellos, dije, no quisiera que me juzgasen por lo que viví, vi, oí y escribí, porque entiendo seria juzgar un trozo de la historia de nuestro pueblo. También les hice saber que otros con más mérito que yo podrían haber escrito esta parte de nuestra historia local, pero seguro que para ello tenían que haber hurgado en la memoria de muchos. Yo,... sólo tuve que poner la mía a trabajar.
Después agradecí tanto los piropos a mi obra, como naturalmente aquellas deficiencias que observaron propias de un novato como yo en el terreno de las letras.
Y así fue de cómo quedó grabado en mí aquella tarde-noche de la Noche Buena , y la otra, esta última sinceramente muy grata que pasé junto a un grupo de entusiastas torrecampeños amantes de las letras. Tanto el taller de lectura al aire libre que he narrado al principio, como también en el que participé en mi pueblo, ambos tienen un denominador común: la pasión y la afición por la lectura. Gracias a todos los que seguís amándola, porque en estos tiempos que vivimos me alberga una duda... ¿existe hambre por leer?