La última vez que fui a ver una zarzuela fue hace un par de años en la Plaza Mayor de Madrid. Allí, al aire libre disfrutando del fresquito de una noche de verano pude deleitarme viendo interpretar: Agua, azucarillos y aguardiente de don Federico Chueca.
He de confesar que una obra inspirada en el Madrid de finales del siglo XIX, de chulapos y chulapas, de barquilleros y aguadores, de manolas y manolos además de churreros y otros personajes y sirviendo como decorado la Plaza Mayor , me cautivó. He visto otras zarzuelas y antologías de ellas pero siempre no sé por qué, recuerdo la última con más clases de detalles.
Ahora, a la que he hecho referencia ha pasado a ocupar un segundo plano en mi memoria puesto que otra con el mérito que merece y que trataré de describir seguirá en el disco duro de mi mente –espero que por mucho tiempo- en una carpeta que he abierto en el laberinto de mi cerebro para albergar y conservar el grato recuerdo del sábado veintinueve de octubre en el Infanta Leonor de Jaén.
Cuando en el teatro se hizo silencio y se levantó el telón no pude por menos que aguantar una exclamación para mis adentros apagando un ¡cojones! que apenas pude contener al contemplar el bello decorado de José Galiano, recreado sospecho en una foto antigua de la plaza de nuestro pueblo y que una copia para más detalles decora un hueco de la sala donde estoy escribiendo. Precioso y emocionante para un torrecampeño como yo siempre con hambre de recuerdos de su tierra.
Ya me lo habían anunciado: ¡Oye, que está muy bien! ¡Ya verás, te va a gustar! Frases cortas de poca importancia para una obra que lo único que tiene de humilde son las personas que la interpretan. Pero, perdonar que con la emoción que me embarga ahora cuando escribo no haya hablado aún de ella. Me estoy refiriendo a la zarzuela: La maldición del corregidor de Antero Jiménez Antonio, tocayo mío, torrecampeño ilustre como lo fue su padre: don Antero el poeta, como en nuestro pueblo lo conocimos. Bien, Antero Jiménez no sólo escribió La maldición del corregidor -dicho sea de paso no sé por el número de edición que irá- sino también el libreto de esta zarzuela y la verdad es que si su libro nos transporta a la época donde se desarrollan los acontecimientos, el libreto ha estado hermanado en todo momento con el drama de la obra.
Con llanto soleares y muerte, así empieza la zarzuela a la que dan vida una serie de actores de nuestro pueblo vestidos de época cuyo atrezo parecía sacado de los mismísimos baúles de Cornejo. Un lujo.
Pero para lujo, el manojo de voces salidas de los tenores, las sopranos y el barítono. Voces supongo labradas en conservatorios donde trabajan y pulen aquellas gargantas como las que acto tras acto de la obra fueron desgranando estos diestros de la voz todos los pormenores de la historia de Los Botijas, bandoleros torrecampeños que se echaron a la sierra para huir de la justicia.
No quiero pasar por alto las personas que componen el coro de la Asociación Celedonio Cozar, y del grupo de baile: Algo más que danza, pues con sus cantos y bailes participan en todo el espectáculo arropando a los intérpretes, y sirviendo en todo momento de figurantes en cada uno de los actos en que se divide la zarzuela. Magníficos todos ellos.
La música de José Antonio Armenteros, música que salida desde el foso del teatro y que con la admirable acústica del auditorio hacía que su sonido envolvente multiplicara los ecos de los instrumentos en cada uno de los acordes. Precioso. Un diez para este hombre ejemplar. Emocionante el cierre final del pasodoble: Torredelcampo es mi pueblo.
No puedo por menos recomendar este acontecimiento que entre otras cosas sirve para ensalzar el nombre de nuestro pueblo. Muchas gracias a todos los que han hecho posible este espectáculo injustamente llamado del género chico.
De regreso a Madrid pensé en la extraña y placentera sensación que podría sentir si La maldición del corregidor la pudiese ver interpretada en cualquiera de los teatros de esta mi tierra adoptiva. Presiento seria un verdadero gozo, para mí y para todos los torrecampeños afincados aquí. Animo a ello a quienes corresponda.
Hola amigo, paisano y tocayo. Sí soy Antero Jiménez. Hoy, por casualidad he visto esta página tuya y me veo en la obligación de escribir un breve comentario. Dos razones me impulsan a ello, la primera, darte las gracias por tu benevolente crítica y la segunda es contestar al comentario con el que terminas tu grato apunte sobre la zarzuela La Maldición del Corregidor:
ResponderEliminarCréeme, lo hemos intentado todo lo que está a nuestro alcance para representarla en Madrid, pero ya sabes, en este país no basta con que una obra tenga la suficiente calidad, se necesita algo más como es, o un buen padrino o una buena bolsa repleta de euros (o dólares, que más da). Puedes creer que después de un año de continuas conversaciones con el Teatro de la Zarzuela, al final concluyeron que no la podían montar (se trataba de que la montara su propia compañía) porque ni la obra, ni sus autores somos famosos. ¡Inaudito! Si me dicen que la imposibilidad se debía a que carecía de calidad, habría sido un argumento de peso para un organismo público como es el ministerio de cultura al que pertenece ese teatro. Pero ni siquiera estudiaron la obra para poder apreciar su buena o mala calidad.
Si conoces un padrino, no dejes de ponerte en contacto conmigo en mi corre bantero@gmail.com
Tal y como tú me nombras, soy yo el agradecido, amigo, paisano y tocayo; a las personas que como tú que ensalzan a nuestro pueblo hay que serlo en su justa medida, pero créeme que me quedé corto con mis palabras cuando esto escribí.
ResponderEliminarTu obra perdería categoría si su autor e intérpretes no fuesen torrecampeños, pues no me imagino a otros actores tratando de parodiar nuestro deje y seseo tan característico. En cuanto a lo de ser famoso, lo eres allí en nuestro pueblo, pero está visto que hoy el ser “famoso” es para muchos aquellos de más que dudosa reputación que salen en los platós de televisión tirándose los trastos. Así es la vida.
Me gustaría verte algún día para que me comentaras alguna que otra anécdota vivida por ti, por llamarte Antero al igual que yo. Además que tu segundo apellido es Antonio que sirve de confusión a la hora de nombrarte en muchos sitios, pero nada comparado con el mío de: Rosa.
Recibe un abrazo.