martes, 8 de noviembre de 2011

LA ZARZUELA DE MI PUEBLO

       
La última vez que fui a ver una zarzuela fue hace un par de años en la Plaza Mayor de Madrid. Allí, al aire libre disfrutando del fresquito de una noche de verano pude deleitarme viendo interpretar: Agua, azucarillos y aguardiente de don Federico Chueca.
He de confesar que una obra inspirada en el Madrid de finales del siglo XIX, de chulapos y chulapas, de barquilleros y aguadores, de manolas y manolos además de churreros y otros personajes y sirviendo como decorado la Plaza Mayor, me cautivó. He visto otras zarzuelas y antologías de ellas pero siempre no sé por qué, recuerdo la última con más clases de detalles.
Ahora, a la que he hecho referencia ha pasado a ocupar un segundo plano en mi memoria puesto que otra con el mérito que merece y que trataré de describir seguirá en el disco duro de mi mente –espero que por mucho tiempo- en una carpeta que he abierto en el laberinto de mi cerebro para albergar y conservar el grato recuerdo del sábado veintinueve de octubre en el  Infanta Leonor de Jaén.   
Cuando en el teatro se hizo silencio y se levantó el telón no pude por menos que aguantar una exclamación para mis adentros apagando un ¡cojones! que apenas pude contener al contemplar el bello decorado de José Galiano, recreado sospecho en una foto antigua de la plaza de nuestro pueblo y que una copia para más detalles decora un hueco de la sala donde estoy escribiendo. Precioso y emocionante para un torrecampeño como yo siempre con hambre de recuerdos de su tierra.
Ya me lo habían anunciado: ¡Oye, que está muy bien! ¡Ya verás, te va a gustar! Frases cortas de poca importancia para una obra que lo único que tiene de humilde son las personas que la interpretan. Pero, perdonar que con la emoción que me embarga ahora cuando escribo no haya hablado aún de ella. Me estoy refiriendo a la zarzuela: La maldición del corregidor de Antero Jiménez Antonio, tocayo mío, torrecampeño ilustre como lo fue su padre: don Antero el poeta, como en nuestro pueblo lo conocimos. Bien, Antero Jiménez no sólo escribió La maldición del corregidor -dicho sea de paso no sé por el número de edición que irá- sino también el libreto de esta zarzuela y la verdad es que si su libro nos transporta a la época donde se desarrollan los acontecimientos, el libreto ha estado hermanado en todo momento con el drama de la obra.
Con llanto soleares y muerte, así empieza la zarzuela a la que dan vida una serie de actores de nuestro pueblo vestidos de época cuyo atrezo parecía sacado de los mismísimos baúles de Cornejo. Un lujo.
Pero para lujo, el manojo de voces salidas de los tenores, las sopranos y el barítono. Voces supongo labradas en conservatorios donde trabajan y pulen aquellas gargantas como las que acto tras acto de la obra fueron desgranando estos diestros de la voz todos los pormenores de la historia de Los Botijas, bandoleros torrecampeños que se echaron a la sierra para huir de la justicia.  
No quiero pasar por alto las personas que componen el coro de la Asociación Celedonio Cozar, y del grupo de baile: Algo más que danza, pues con sus cantos y bailes participan en todo el espectáculo arropando a los intérpretes, y sirviendo en todo momento de figurantes en cada uno de los actos en que se divide la zarzuela. Magníficos todos ellos.
La música de José Antonio Armenteros, música que salida desde el foso del teatro y que con la admirable acústica del auditorio hacía que su sonido envolvente multiplicara los ecos de los instrumentos en cada uno de los acordes. Precioso. Un diez para este hombre ejemplar. Emocionante el cierre final del pasodoble: Torredelcampo es mi pueblo.
No puedo por menos recomendar este acontecimiento que entre otras cosas sirve para ensalzar el nombre de nuestro pueblo. Muchas gracias a todos los que han hecho posible este espectáculo injustamente llamado del género chico.   
De regreso a Madrid pensé en la extraña y placentera sensación que podría sentir si  La maldición del corregidor  la pudiese ver interpretada en cualquiera de los teatros de esta mi tierra adoptiva. Presiento seria un verdadero gozo, para mí y para todos los torrecampeños afincados aquí.  Animo a ello a quienes corresponda.