En la Noche de Difuntos.
La tarde agoniza
vestida de un gris de medio luto. En el olivar el silencio lo romperá el sonido
de una lluvia débil que solo servirá para que beban las ánimas y para que el
recién llegado zorzal busque como paraguas una rama más copiosa para pasar la
noche.
Es Noche de Difuntos.
Desde el patio de mi casa observo a una
triste luna en fase decadente que se asoma a intervalos por las ventanas
de los nublos e iluminará con su pobre candil a los olivares torrecampeños. Débiles
llamaradas de esta pobre luna alumbrarán a los derruidos cortijos con su
apagada y amarillenta luz queriendo con
ello resucitar a lo que una vez tuvo vida. Ya, ni los ripios de sus ruinas
quieren celebrar esta fiesta. Halloween se bebió todo el aguardiente, aquél con
el que en tiempos de mis abuelos los dueños de las haciendas agasajaban esta fúnebre
noche a los jornaleros en los cortijos después de saborear las típicas
gachas. Hoy no habría ningún valiente
que montado a caballo estando de por medio una apuesta, quisiese ir en esta
tenebrosa noche desde el cortijo hasta el cementerio del pueblo a clavar un
clavo en la puerta del camposanto. Ahora las luces impedirían que al
hacerlo atrapase su capa como aquella
vez contaban nuestros antepasados.
En el exterior de mi
casa a intervalos silba un viento que me recuerda al silbido de los gañanes
cuando su yunta no obedecía a sus voces. En otros tiempos estas ráfagas de aire
venían acompañadas por el triste y luctuoso sonar de las campanas tocando a
muerto durante toda la noche. Le pregunto al chiquillo que aún vive en mí si
estaría dispuesto a obedecer a mi padre a su orden de subir a la cámara a por
un melón oyendo tan fúnebres sonidos. Obedecería como aquella vez mientras que
la luz y el chisporrotear de las mariposas de aceite se colaban por las
rendijas de la puerta de la cantarera.
Debo de confesar que aquél
chiquillo obediente que fui, más tarde mostró su rebeldía al no querer emigrar
conmigo y se quedó aquí, en nuestro pueblo hasta que el contrato que firmamos
entre los dos finiquite. Ninguna de las partes sabemos el día que dicho
contrato prescribirá, lo cierto es que existe una cláusula que dice que no admite
prórrogas. Espero que Él, aquél que
tiene el poder de ponerle fecha de caducidad tarde en hacerlo.
Queridos amigos/as en
noches como estas, juego a ser nuevamente niño, y lo hago escribiendo estas
líneas y saboreando un plato de nuestras típicas gachas dulces en el postre de
la cena con tostones y rociadas de
canela, como debe ser. Ya que hemos perdido tanto de lo bueno que teníamos, al
menos conservemos al menos esta tradición tan torrecampeña.