SILENCIO
EN EL CERRO.
Foto de Manuel de la
Plata
Dicen, que es tal el
silencio en el monte, que hasta se llega a percibir el susurro de las flores
hablando entre ellas. Incluso se llega a apreciar el llanto de las amapolas;
aquellas que brotaron temprano para anunciar la romería, y que ahora, en su
tristeza, humedecen con sus llantos los vestidos rojos con los que se engalanaron.
Comentan que sus lágrimas llegan a confundirse
con el de las perlas del rocío mañanero.
Dicen, que el agua de
la fuente de la Bañizuela no suena cantarina porque a los cipreses que allí
hacen guardia les han dicho, que por mucho que estiren su afilado cuchillo al
cielo, no verán este año la procesión camino de la Erilla, ni sentirán la dulce
caricia de los pétalos de rosas que el
viento les suele transportar pendiente
abajo desde los muros de aquella casa del camino envueltos siempre entre música
y vivas de los romeros.
Cuentan también que la
tristeza invade el monte por la noche. Una luna pobre de luz, casi moribunda,
dicen que pinta de color pajizo a los pinos que
ante los compases del viento emiten sin querer extraños silbidos
ahuyentando a veces a su vecina la lechuza. Cuando esto ocurre se la suele ver levantar el vuelo
precipitadamente cruzando un claro del pinar entre un mar de plumas blancas,
mientras que el cuco, cuco él, anda guarecido en una encina a la espera de que la luna apague su agonizante farol y
la aurora despierte al astro rey para empezar con su característico concierto,
pero esta vez, dadas las circunstancias, lo hará con sordina.
Sola estará la ermita.
Un silencio sepulcral invadirá el sagrado lugar. La noche del sábado el
resplandor de las fogatas no brillarán en sus muros, ni el aire arrastrará los
sonidos de los altavoces de los cachivaches, ni el de los romeros desperdigados
por el monte, y no se mecerá el humo de
las candelas por el Llano de Santa Ana, esa neblina aderezada con el sabor de
las brasas mezclada con la música de sevillanas rocieras y de algún fandango
desperdigado, sabores únicos torrecampeños.
Solo estará el cerro el
domingo. No habrá cohetes ni vivas a Santa Ana, ni misa rociera. No habrá
cetros refulgentes, ni hermanos ni cofrades luciendo sus bandas distintivas, y no
se verán a las guapas mujeres torrecampeñas vestidas de faralaes. La campana de
la ermita no volteará cantarina ella anunciando la salida de nuestra Patrona y
la Virgen Niña, y sus andas, desnudas de hombros sudorosos descansarán en
cualquier lugar echando de menos a tantos y tantos costaleros que soñaban
esperanzados que llegara el primer domingo
de mayo.
No, no hay romería en
el cerro, pero sí en los corazones de todos los torrecampeños/as, que por culpa
de la pandemia lo celebraremos en nuestras casas, en nuestro confinamiento, sin
la dulce y agradable presencia de
nuestros familiares más queridos para no propagar el maldito virus. Desde la
lejanía disfrutaré viendo los balcones de nuestro pueblo engalanados con la
imagen de nuestra venerada Patrona, y atronarán en muchas calles el himno de
Santa Ana: Envuelta entre perfumes
purísimos de sierra, está la blanca ermita…
Y yo, hostigaré a mi
pensamiento, porque montado en él, subiré por el Camino Viejo con el recuerdo
de aquella primera vez:
Por la
empinada cuesta, una niña iba descalza. ¿Es verdad que voy a ver a mi madre?,
la niña, más que preguntar, imploraba.
Verás a la
Reina del Cielo, camina, que poco falta. ¿Es aquí donde ella vive, en esta casa
tan blanca? Aquí vive nuestra Madre, junto con la abuela Santa Ana,.. .al
alba...olía a cera en la ermita, mientras la niña lloraba.
No hay romería, dicen
las flores, pero el pintor del cielo
vestirá de colores nuestro cerro y perfumará el manto de nuestro monte.
A pesar de tanta
angustia, tanta tristeza y tanta oscuridad como estamos padeciendo, siguen
naciendo las flores en el cerro. Flores a porfía. Flores para Ellas.
¡Viva Santa Ana! ¡Viva
la Virgen Niña! ¡Viva la Abuela!