Decir la palabra campiña en Torredelcampo es dejar volar la
mente hacia ese amplio paraje de nuestro término que abarca desde la
Sierresuela hasta más allá del Pintao, después de pasar por el Berrueco,
Pajarejos, Grajales y otras muchas más zonas, en las que hace más de cincuenta
años, en este tiempo de marzo, el color predominante era el verde de las
siembras; verde salpicado por el detonante de
los barbechos, que podían cambiar
de tonalidad dependiendo del color del terreno, reinando los marrones y grises salpicados a veces por jirones de “magra”sanguíneos, proyectándose
todos estos tonos con el estallido verde preponderante
y rutilante de las siembras.
Campiña verde por marzo, olas de trigos se estrellan contra
barbechos y majanos. Sobre la sábana verde hay pinceladas de blanco, son
camisas jornaleras de “lienzo moreno” sudado, con bordados de más de un “siete”
por mil jornales ganados.
La “labra”, así era como se conocía el trabajo de la escarda
de los trigos, cebadas y alpistes que acaparaban los sembrados de la campiña.
La herramienta que se empleaba era el almocafre o “almocafe” como se le llama
en nuestro pueblo. Este trabajo de “labrar” lo he realizado yo muchas veces. Lo
primordial era conocer a las “avenas locas” (planta parásita que ahogaba las siembras) que se confundían con las matas de cebada y de
trigo. <<Las de los pelillos son las avenas>> nos decían los
maestros sabios del campo a los niños aprendices mientras ejercíamos este
trabajo.
Encorvadas las cinturas de la siembra íbamos quitando,
avenas, granillo oveja, nerdos, amapoles y jamargos. Al trigo les hacíamos
cosquillas mientras lo íbamos arropando que para julio debería de parir,
espigas con mucho grano.
<<Niño, ve al cortijo a mirar el potaje. Échale agua si
ya ha hecho la “seca”>>. Y dejando el almocafe me encaminaba hasta el no
muy distante cortijo o cortijillo. Arropaba el puchero con estiércol seco que
apelmazaba, vertía agua en el él, y dejaba que lentamente continuara el proceso
de cocción de las habichuelas o garbanzos.
Hasta que el sol se escondía bañando de colores cálidos el
paisaje y los primeros cánticos de los mochuelos inundaban los valles y
cañadas, no se dejaba de trabajar. Después, a la luz de un candil, antes,
durante y después de degustar el potaje, siempre me deleitaba con las sabias
conversaciones de aquellos hombres mayores que en muchos casos maldecían porque otra generación de jóvenes como yo íbamos
a tener la misma suerte que ellos. Abrigados en el pajar y con el dulce
runruneo que producían las bestias comiendo en los pesebres no se tardaba en
caer en los brazos de Morfeo.
Cincuenta y ocho trigos han pasado, y aún sigo recordando a
aquellos torrecampeños que con almocafe en mano, iban labrando la tierra,
tierra que era del amo, en aquella campiña verde, verde por el mes de
marzo."