UN PUEBLO ROTO POR EL DOLOR.
En el entierro de Juanito el Harinero.
Escúchame amigo Juan, escúchame desde el otro lado, desde el lado
donde el silencio es eterno. Escucha hoy ese silencio que nunca quisiéramos
haber oído. Era un silencio triste y espeso que
se mesaba en el aire. Silencio… ¡Pero cómo dolía ese
silencio!
Dicen, que en las calles nunca hasta hoy habló
el silencio. ¿Dónde está la gente? Preguntó el silencio al viento. Los niños
con las abuelas, los demás están de entierro. ¿Quién ha muerto que está el
pueblo vacío? Volvió a preguntarle el silencio al viento. Y el viento le
respondió con aire callado y lento: Debió de ser una buena
persona, porque en la Iglesia, ni tú silencio, ni yo viento, hoy cabemos.
En el templo no cabían ni los suspiros, ni tan siquiera el aire
entraba adentro. Por eso el viento se marchó, lento, muy lento, arrastrando la música
de un pasodoble, aquél que lleva por título: Juanito el Harinero.
Amigo, empuja a las columnas, a las
columnas del templo, y hazme por favor un hueco, que quiero decirle
adiós un buen hombre, a un buen torrecampeño. Como
testigos, allí estaban Santa Ana y Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y la gente
desfiló ante los que componían el duelo, ¡qué gran entereza la suya!, pues
eran ellos los que consolaban a los que acudieron al sepelio, al entierro de
aquél que fue músico, empresario y carpintero además de buena persona, al
entierro de Juan Moral Alcántara, conocido como Juanito el Harinero que hoy ha
muerto, pero que en Torredelcampo vive y vivirá en el recuerdo de todos los
torrecampeños.
Dicen que por la Iglesia desfiló todo el
pueblo, y me consta que los que faltaron también estuvieron.
Aquella noche el cielo se vistió de luto y
la luna lloró sangre bañando de rojo el firmamento. Después, el
silencio se apoderó del pueblo a la hora de su entierro.
Descansa en paz amigo.