Me
gusta la gente que colecciona recuerdos. En conversaciones con ellos/as la
pregunta más común que de inmediato sale a flote es: ¿te acuerdas de...?, para
de inmediato poner a trabajar nuestra memoria y recordar pasajes de un tiempo
que se nos fue. Alguien dijo que la memoria es el único paraíso donde nadie
puede ser expulsado, y es muy cierto.
Hoy quiero recordar contigo querido torrecampeño/a, y me dirijo a ti que tienes mi edad o incluso si eres unas quintas mayor, o tal vez menor que yo.
Hoy quiero recordar contigo querido torrecampeño/a, y me dirijo a ti que tienes mi edad o incluso si eres unas quintas mayor, o tal vez menor que yo.
He empleado la palabra quinta término
este muy utilizado en nuestro pueblo y eso me da pié para preguntarte... ¿te
acuerdas cuando nos fuimos a la mili? Primero había que pasar por la prueba de
la talla, o de medirse como decíamos en nuestro pueblo. Ser apto para el
servicio militar era signo de no sufrir ninguna discapacidad y eso evidenciaba no
solo estar capacitado para afrontar el periplo de la mili, sino el de ser una
persona útil para poder hacer frente a cualquier clase de trabajo, circunstancia
esta muy valorada erróneamente por la sociedad de aquél tiempo. Más tarde, el
sorteo de los quintos, donde la palabra África estaba condenada. Los destinados
al Sahara sabían que salvo raras circunstancias no volverían a la península
hasta después de obtener la licencia. Recuerdo los tres meses de campamento
donde recibíamos la instrucción, para después ser destinados a cualquiera de
los cuarteles de nuestra geografía; y tú mientras tanto mujer torrecampeña esperando día a día las cartas de tu novio con la ilusión de que en alguna de
ellas te anunciara el regreso con unos días de permiso. ¡Vamos! ¿No me digas
que no te acuerdas?
Cuando esto escribo es otoño y... ¿te acuerdas a lo que jugábamos en este tiempo cuando éramos niños? Para cada época teníamos un juego, así en los días antes y durante el Día de Todos los Santos nos íbamos a jugar a las eras del cementerio. Los chiquillos a maisa, al fútbol y a la peonza con aquél trompo de aguijón de metal, y las niñas a la comba y al diábolo. ¿Quién de nosotros no compró por ese tiempo un membrillo en el puesto de la plaza que estaba ubicado en la esquina de Correos y un puñado de castañas en algunos de los carros cerca del cementerio?
Cuando esto escribo es otoño y... ¿te acuerdas a lo que jugábamos en este tiempo cuando éramos niños? Para cada época teníamos un juego, así en los días antes y durante el Día de Todos los Santos nos íbamos a jugar a las eras del cementerio. Los chiquillos a maisa, al fútbol y a la peonza con aquél trompo de aguijón de metal, y las niñas a la comba y al diábolo. ¿Quién de nosotros no compró por ese tiempo un membrillo en el puesto de la plaza que estaba ubicado en la esquina de Correos y un puñado de castañas en algunos de los carros cerca del cementerio?
Tiempos aquellos otoñales cuando las casas
se envolvían con el dulce y agradable aroma que emanaban los tomates triturados
por la máquina de manivela antes de ser envasados en botellas de cristal.
¿Acaso a ti no te mandó nunca tu madre a la tienda de Bernardo o a la de Ana
Maria a por corchos y polvos para la conserva del tomate?
Claro
que te acuerdas, como recordarás también cuando tú como yo jugábamos en la
calle a la pita y al palo, juego este
más que peligroso por el riesgo que entrañaba el golpear con un palo largo a
otro pequeño con las puntas afiladas y lanzarlo mientras más distante mejor. Tú
que eras niña te dedicabas mientras tanto a jugar al corache en la calle con tus amigas al tiempo que tratarías de
esquivar nuestros furibundos lanzamientos.
Seguro que recordarás también las majuletas con canute que vendían a últimos del verano en la plaza con una esportilla mientras paseábamos. ¿Quién no ha lanzado el hueso de la majuleta por el tubo de aquellas verdes cañas? ¿Acaso tú cuando eras niña no recibiste la caricia de uno de estos huesos?
Seguro que recordarás también las majuletas con canute que vendían a últimos del verano en la plaza con una esportilla mientras paseábamos. ¿Quién no ha lanzado el hueso de la majuleta por el tubo de aquellas verdes cañas? ¿Acaso tú cuando eras niña no recibiste la caricia de uno de estos huesos?
¿Quién de los de nuestra edad no gritó
en el cine desde el gallinero aquello de: ¡Que
lo echen ya! ¿Acaso tú no silbabas cuando los protagonistas de la película
se besaban, y gritabas aquello de: Picho,
picho, picho? ¿Te acuerdas cuando a la salida del cine si la película era
mala le decíamos a los que entraban a la segunda función que era un pisiaso o un lataso? Claro que recordarás todo esto.
Ahora te pregunto a ti, a ti que eres ya abuela si no jugaste al correndero en tu calle y lanzaste al aire un cántaro mochado, o un botijo viejo a la que estaba a tu lado al grito lento de: Ay, ay, ay, iiiii... ¿Verdad, que te cuerdas?
Ahora te pregunto a ti, a ti que eres ya abuela si no jugaste al correndero en tu calle y lanzaste al aire un cántaro mochado, o un botijo viejo a la que estaba a tu lado al grito lento de: Ay, ay, ay, iiiii... ¿Verdad, que te cuerdas?
Supongo que a ti como a mi te gustaban
leer los tebeos del Capitán Trueno, El Jabato, o Roberto Alcázar y Pedrín,
mientras que los destinados a las niñas eran los llamados cuentos de hadas. La biblioteca
de entonces era el quiosco de la plaza. ¿Acaso no fuiste a ese quiosco a
cambiar alguna novela de Marcial Lafuente Estefanía, y tú como mujer alguna de
Corin Tellado? ¿No fue allí en ese quiosco donde compramos aquél primer cigarro creyendo que con fumar éramos más mayores? ¿No eran de la marca Ideales?... Seguro
que sí. Recuerdos, recuerdos,
recuerdos...
¡Qué tiempos aquellos! Alguien dijo que
recordar es poder disfrutar de la vida dos veces. Hoy he querido poner a prueba
tu memoria, y evocar una pequeña porción de añoranzas para vivir nuevamente escenas
de aquél ayer. Otro día, si tú me lo solicitas, volveré de nuevo a recordar más
retazos de aquella época que nos tocó vivir para poder revivirla contigo otra vez.