Cortijada El Castill
Estado ruinoso del interior de un cortijo
El cortijo La Ventana
Los cortijos andaluces que el cine y la literatura nos retratan
aparecen como viviendas ubicadas dentro de los confines de las extensas fincas
de los terratenientes empleadas para explotaciones agrícolas o ganaderas,
siendo estas últimas las dedicadas al toro de lidia. Nos los muestran siempre
pintados de blanco, de ese blanco inmaculado que provoca la cal que resalta
sobre los ocres de las molduras y cornisas de las sus amplias edificaciones,
donde no puede faltar en ninguno de estos cortijos el patio empedrado adornado
con plantas como jazmines o
limoneros que parecen beber y alimentarse de la brisa del chorro de algún
cantarín surtidor que sirve para refrescar el ambiente en verano. Yo he pisado
cortijos como los que describo, pero no todos los cortijos en Andalucía son
así.
La palabra cortijo para cualquiera, andaluz o no, estoy seguro
sirve para dibujar en su mente algo parecido a los que acabo de describir, pero
nadie de nuestro pueblo puede retratar imágenes así en toda nuestra extensa
demarcación, dado que el cortijo no ha sido nunca en Torredelcampo la fortaleza
donde se refugiaba el amo de las tierras rodeado de siervos, sino que su uso
era el de dar cobijo a las gentes que la trabajaban y el de preservar las
cosechas.
El término de nuestro pueblo está salpicado de cortijos. Hoy,
todos, salvo alguna honrosa excepción están derruidos, y los muros de ellos que
aún se sostienen entre las vigas y el escombro, se asemejan a los edificios que
vemos heridos por las explosiones en cualquiera de las guerras que nos brindan
día a día los telediarios.
Recuerdo en otras épocas cuando los cortijos torrecampeños tenían
vida, el ver en ellos a los “caseros
de puertas abiertas”, frase esta que definía que el cortijo estaba
habitado, siendo lo más habitual por un matrimonio que disfrutaba de
alojamiento gratis además de beneficiarse del sustento que les proporcionaban
los animales como, gallinas, conejos, y cerdos entre otros, y también el de
tener el cabeza de familia el jornal casi a diario asegurado trabajando en las
tierras del dueño de la hacienda.
Las cortijadas eran núcleos de cortijos en las que en algunas de
estas agrupaciones, en mi época disponían de escuela y hasta de una pequeña
iglesia donde los domingos se oficiaba misa. Está en mis recuerdos, El Berrueco,
donde el castillo medieval en ruinas se erige aún como lo que fue, en vigía y
en atalaya, presumiendo que el paso de los siglos haya afectado más a los
cortijos agonizantes que lo circundan. Mientras estos se desploman, en su
derrumbe van devolviéndole al castillo las piedras que les fueron arrancadas
para su construcción.
No quiero olvidarme de los cortijillos que eran pequeños
habitáculos de planta baja de reducidas dimensiones cuya edificación consistía
en cocina, pajar, y cuadra. Estos cortijillos servían para que el agricultor
minifundista pernoctara mientras desarrollaba las labores agrícolas. La campiña
llegó a estar pintorreada de estos cortijillos, la mayoría de ellos hoy
desaparecidos que hubieron de construirse un día dado lo dilatado de nuestro
término comarcal, factor este que agravaba el largo desplazamiento cuando el
medio de ir al tajo era andando o al paso de una caballería.
En algunos pueblos de nuestra provincia están rehabilitando muchos
cortijos para uso y disfrute de las gentes que buscan paz y sosiego y gustan
además de estar en contacto con la naturaleza.
Ojalá que en nuestro pueblo alguien se atreva a restaurar alguno
para dedicarlo a este fin, pues a pesar de la que está cayendo yo le auguro un
futuro prometedor.