Hoy he querido adentrarme en el desván de mi ordenador para abrir una carpeta que desde hace tiempo no descorría su pestillo, la de la música. No ha chirriado la puerta de la buhardilla, ni he tenido que limpiar con una gamuza el disco de vinilo antes de ponerlo en el picú. Sólo he tenido que poner a funcionar el reproductor de música y al azar ha sonado una canción de mis tiempos que me ha servido para recordar.
Sí, recordar, porque me han dicho que es bueno evocar las emociones placenteras del pasado, ya que estas nos pueden ayudar a levantar nuestro estado de ánimo cuando por circunstancias, con o sin motivo aparente, andamos desalentados.
La voz de Nino Bravo de la versión que hizo de: Mi calle tiene un oscuro bar de los Lone Star resuena, y su letra me traslada a otros tiempos, a mi calle, a la calle donde di mis primeros pasos, donde viví hasta que llegado un día mucho antes de hacer la mili me ausenté con la esperanza de que fuese por poco tiempo y aún sigo aquí, en esta mi tierra adoptiva madrileña , y lo que te rondaré morena.
Por aquella calle de mi infancia no transitaban los carros como en la de la canción, ni tenia bar, ni húmedas paredes, ni los chiquillos iban descalzos sin salud, aunque sí con alpargatas rotas, y con la salud que el panaseite amparaba y protegía.
Lo primero que recuerdo de ella era el lodazal que se formaba cuando llovía, agravado por el tránsito continúo de las caballerías. Algunos vecinos por su cuenta solían echar ripios de las obras para solucionar el barrizal. Así yo recuerdo a mi padre esturreando el escombro y luego pisón en mano compactándolo, pero muy a pesar de ello unas de las cosas más necesarias que había que tener en una casa era el rondero o estera para restregarse el barro del calzado antes de entrar en la casa.
Desde donde comienzan mis recuerdos no había en mi calle nada más que unas cuantas casas, el resto eran solares. Algunas edificaciones sólo tenían construido nada más que una parte, la de atrás, lo que se daba en llamar medio cuerpo, pero luego más tarde, a medida que el propietario disponía de dinero obraba el resto hasta llegar con la construcción a la aún imaginaria acera, lo que significaba mermar el territorio para los juegos a los chiquillos como yo.
Calle pobre de luz en aquellas noches invernales. Tan sólo una o dos humildes bombillas se bamboleaban a veces al compás del viento mientras que éste arrastraba el humo de las chimeneas formando una neblina con olor a algún guiso. En los veranos las buenas gentes de mi calle salían a tomar el fresco a la puerta de la casa y allí los vecinos estaban de tertulia hasta bien entrada la noche mientras se refrescaban a golpe de tragos de agua de botijos de barro.
Recuerdo que estando aún las casas sin agua corriente, a últimos de los años cincuenta, el Ayuntamiento comenzó la instalación. Unas de las primeras calles en tener ese privilegio fue el Camino de la Estación. Era tal la necesidad y el deseo de disfrutar de ese servicio que los vecinos de mi calle hicieron las zanjas entre todos ahorrando a las arcas municipales el coste de la mano de obra.
Un año nevó muy copiosamente, tanto que para poder transitar por la calle entre todos los vecinos hicieron una zanja apartando la nieve a un lado y a otro de la improvisada trinchera. ¿Cómo nos divertimos los chiquillos? Lo más triste fue el ver como algunos atrapaban a los gorriones en las “costillas”, ya que como la nieve tardó mucho en derretirse, el sustento de las aves quedó durante algunos días arropado por el manto blanco, y los pobrecillos por su hambre caían en la trampa que les ponían aquellos que posiblemente tuviesen sus estómagos más vacíos que los de los infortunados gorriones.
La calle Juan Pulgar, fue mi calle, la calle que he guardado siempre en el cofre de mi memoria, donde dejé hueco suficiente para albergar los buenos recuerdos que tengo también de aquellos mis amigos con los que compartí mi infancia. Recuerdo cada uno de nuestros juegos, y aquellos “juguetes” diseñados por nosotros con los que nos divertíamos, pero de todo ello escribiré otro día, porque el retrovisor de mi memoria a veces se empaña como hoy, y más en este tiempo otoñal propicio a la niebla.
Nací en la calle Oscura, -según la RAE oscuro significa: que carece de luz y claridad-, como la letra de la canción que he mencionado: Vivo en un lugar donde no llega la luz. Con pocos días mis padres me llevaron a la calle que he relatado, mi calle llamada Juan Pulgar, esquina con Camino de la Estación y San Francisco. ¡Que gratos recuerdos guardo de ella!