La calma añorada por la gente que vive en
la ciudad, es la del sosiego de los que viven en los pueblos. Muchos, en cuanto
tienen unos días libres abandonan las urbes para disfrutar de la tranquilidad
placentera pueblerina. Los vemos en cuanto hay un puente de cómo se originan
los colapsos en las autopistas por el éxodo de las masas buscando todos unos
días de reposo y quietud dejando aparcado por un tiempo el ajetreo de la vida
en la ciudad ya que en ciudades como esta de Madrid y sus circundantes
poblaciones dormitorio en cuanto la gente se levanta comienzan las prisas. A
todos parece que les falta tiempo. Desde antes del alba la gente corre porque temen llegar tarde al trabajo. No tienen tiempo para nada, se vive
contra reloj para tal vez luego tener que pararse en uno de los muchos atascos
en la carretera. Es así la vida en la ciudad.
Observo
cuando estoy en nuestro pueblo de cómo Torredelcampo ha llegado a contagiarse.
Pongo un ejemplo: Intento cruzar por un paso de peatones y allí estoy quieto
esperando a que algunos de los vehículos que desfilan ante mí se percaten de mi
presencia. Seguro que me ven y nos ven a los que allí estamos inmóviles
aguardando a que algunos de los automovilistas cumpla la norma de seguridad
vial, que es la de parar para que pasemos. Y nada, ninguno se detiene; ni te
miran, todos parecen estar infectos por el virus de la prisa y circulan
tratando de esconder su falta de educación vial haciéndose el “longui” al tiempo que observo en muchos, como sus caras –que
la tienen- esbozan una descarada e irónica sonrisa como de triunfo. En muy
pocas y contadas ocasiones, alguno me ha cedido el paso, posiblemente fuese muy
cumplidor de la legislación vial, o puede que su educación ciudadana hubiera estado a la altura de las leyes de tráfico.
Sí,
también en nuestro pueblo la gente tiene prisa y, ¿para qué? Un día escribí algo acerca de las
prisas y el tiempo:
...decimos,
tengo que encontrar un poco de tiempo libre, pero en cuanto lo encontramos lo
matamos. Preguntamos: ¡Que haces! Y de seguida contestamos: Mira, aquí matando
el tiempo. Pero es el tiempo el que de forma inexorable e inapelable nos mata,
y nos damos cuenta de ello y reflexionamos, cuando un ser muy querido
cancela la hipoteca de su vida, la cual hubiésemos querido prorrogar por más
tiempo buscando y comprando hasta en mercados siderales si pudiéramos ése
tiempo aunque fuese a un precio leonino para alargar su existencia, pero te
dicen que le ha llegado su hora, se le ha acabado el tiempo.
Tiempo,
tiempo, tiempo, pero... ¿Qué es el tiempo?
Si nadie me lo
pregunta lo sé. Si me lo preguntan y quiero explicarlo ya no lo sé.
San Agustín.
A veces, como ahora, cuando estoy
escribiendo renglones como estos, me refugio en los recuerdos de aquél pueblo,
de aquél Torredelcampo de mi niñez, donde nadie tenia prisas e imperaba la
quietud, la paz, y el sosiego, aunque esto último sé que no estaba afincado en
muchos de los estómagos torrecampeños de aquellos tiempos. Era lo
peor.
Todo ha cambiado. Todo lo cambia el
tiempo,... pero, ¿quién es
el que se atreve a detenerlo?
Para
terminar hago otra cita de alguien que escribió:
La vida es
cuestión de vida; el tiempo es cuestión de tiempo. La vida dura un momento, el
tiempo toda la vida.