jueves, 10 de abril de 2014

LA ENCICLOPEDIA ÁLVAREZ





Muchos de mis libros por problemas de espacio descansan acostados en pequeños montones en las estanterías de modo que cuando quiero escoger uno, en mi desesperación por encontrarlo los demás pierden la simetría y el orden que a mi me agrada que guarden. Me gustan que reposen unos encima de otros y no de pié, pues así sus personajes, aquellos que habitan dentro de sus páginas, presumo, que descansaran durmiendo hasta que de vez en cuando, como ahora, al querer encontrar un determinado título llego por este motivo a espabilar a todos los protagonistas de cada una de las historias que anidan entre sus páginas. Mi nieto cuando quiere que le lea un cuento, antes de ello, con sus frágiles nudillos golpea tres veces la portada del libro, dice, para que se despierten los animales del bosque, los gnomos y todos los personajes de la historia que quiera que le lea. Esto lo ha aprendido en el colegio, y eso me gusta ya que la fantasía debe florecer y progresar mientras la inocencia dure, al tiempo que el amor a la lectura se va fortaleciendo.  
         Hoy, al querer encontrar una obra que andaba buscando, rodó sin querer una copia del primer libro que siendo niño tuve en mis manos, nada más y nada menos que la Enciclopedia Álvarez, el libro que me ayudó en la escuela a adquirir los conocimientos básicos que se impartían en aquella época.  Recuerdo que mis hijas me hicieron este regalo hace años un día del padre, ¡qué buen regalo! Este libro al que he vuelto a hojear me ha servido una vez más para avivar recuerdos de mi escuela, de mis compañeros de colegio, de mis maestros, entre ellos al que recordé en una entrada en este blog, llamado don Jacinto, y que hoy quiero hacer extensivo mis recuerdos a otros más como: don Enrique, don Vicente, y don Gaspar, sin olvidarme de don José Rama. Decía en mi anterior que don Jacinto me hizo amar el colegio, pero me faltó decir que don José Rama fue uno de los mejores transmisores de la enseñanza que yo tuve. Lo hizo utilizando una sola herramienta para inculcar la pedagogía: la Enciclopedia Álvarez.
         Con este libro de texto clasificado en: primero, segundo y tercer grado, recibimos la enseñanza todos los de mi generación. Era el libro que heredábamos de nuestros hermanos mayores y que esperábamos con impaciencia a que nos llegara el turno a los más pequeños. Con él se educarían en mis tiempos personajes que llegarían a triunfar en todos los campos de nuestra sociedad tanto en el plano cultural, científico, económico o en cualquiera de las ramas que hubiesen enfocado su carrera, y me atrevo a decir de que muchos de ellos, aún nos seguirán aportando a pesar de su edad la sabiduría y la experiencia adquirida por el paso de los años.
         La Enciclopedia Álvarez, dirán algunos que magnificaba los valores políticos de la época, además de ensalzar los patrióticos y religiosos, pero yo no quiero entrar en este terreno tan escabroso que los tiempos y los que mandan en cada tiempo se sirven de alterar trastocar y confundir a sus conveniencias. Pero lo que nunca podrán cambiar serán los resultados de los problemas aritméticos, ni tampoco poner en duda que los romanos estuvieron en España, ni que el verbo es parte de la oración, ni que el río Guadalquivir desemboca en el Atlántico. No, nada de esto podrán cambiar, tan solo aquello que les conviene a los que dictan las leyes en cada momento. Luego, con el paso del tiempo vendrán otros que alteraran, con, o sin razón, los acontecimientos escritos, pero aunque sea repetitivo nunca podrán modificar el producto de los problemas como este que he escogido al azar de la Enciclopedia Alvarez:
         Has comprado un libro de 18 pesetas; una pelota de 7 y un abrigo de 385 ¿Cuántas pesetas has gastado?  
         Fácil verdad. Naturalmente que hoy al cabo de más de sesenta años este problema que a más de uno se nos atragantaría en su día me ha planteado una nueva incógnita que he resuelto rápidamente, y es que este ejercicio aritmético me ha hecho descubrir el por qué mi padre no llegó nunca a tener abrigo, pues ganaba 15 pesetas (tres duros) de jornal, y el abrigo costaba 385 pesetas, ni tampoco yo pelota si esta costaba siete.
         Las lecciones de la Enciclopedia Álvarez había que memorizarlas, y desgranar todas sus palabras de carrerilla cuando el maestro preguntaba. Era así como se estudiaba entonces, ejercitando la memoria, si se comprendía o no el contenido de la lección eso era indiferente.
         En mis tiempos no había leyes educativas como la ESO o la tan famosa y cacareada LOMSE, ni íbamos a la escuela arrastrando un carrito para llevar tantos libros como los niños de hoy; llevábamos nuestra Enciclopedia Álvarez, nuestro cuaderno de Rubio, la pluma de palillero, la pizarra y el pizarrín para escribir en ella y un lápiz de madera de cedro que emanaba un olor muy peculiar, como la tinta de aquellos tinteros incrustados en el pupitre donde mojábamos la pluma de metal para el dictado. Aún guardo aquellos olores de mi escuela de antaño. La Enciclopedia Álvarez ha destapado hoy cuando esto escribo, el frasco de tan buenas esencias que aún conservo.