sábado, 21 de enero de 2012

TALLER DE LECTURA

              

                                                      Foto cedida por Pedro Quesada del Ayuntamiento de Torredelcampo
            

              Era la tarde-noche de la Nochebuena pasada. Recuerdo que el sol se escondía entre rojos y anaranjados colores tiñendo a la sierra madrileña que se divisaba a lo lejos de una fugaz y cobriza tonalidad. Andaba yo por una calle de una reciente urbanización de viviendas adosadas, por donde en algunas de su chimeneas el humo se derramaba mansamente envolviendo el anochecer de una neblina artificial, adobada ya a esas horas por algún temprano guiso navideño. La tarde era muy gélida, y el viento serrano del norte me arañaba la cara a medida que iba caminando por la empinada calle semidesierta de viandantes. Tan sólo una pareja a lo lejos y en misma dirección de forma lenta los veía caminar, mientras que a juzgar por sus voces parecían discutir entre ellos. Arrecié el paso para cuanto antes adelantarlos. Cuando estuve a pocos metros pude apreciar que se trataba de una mujer mayor y un muchacho joven, siendo éste el que yo entendí que le gritaba a la anciana.
         Al rebasarlos les miré de manera discreta, y mi recelo se transformó en sorpresa. Él, sostenía un libro abierto que le leía a la mujer esforzando la voz tal vez por la escasa audición de su acompañante. Ella, era una mujer posiblemente octogenaria de pelo enmarañado y revuelto, que se aferraba al caminar a un brazo de su acompañante haciendo continuas paradas para descansar como la que hicieron cuando los rebasé. Me volví pecando de comedimiento, pero no lo pude evitar, pues era la primera vez que veía algo semejante, fue cuando ella le dijo a quién pudiera ser su nieto: -Repíteme esa frase nuevamente, pues me ha gustado mucho. 
En ese momento yo tenía que haberle interrumpido para decirle: Señora, a mi me gusta la gente que lee, o algo así. Porque tal vez, aquella anciana por su avanzada edad y sus ojos es de suponer más que cansados, no pudiese ya leer, y estoy seguro que de ser así, para ella esto seria un sufrimiento, pero el bello gesto de su acompañante me resultó que seria el mejor regalo que le podía hacer en navidad a la anciana.
         Y allí los dejé en la tarde-noche de la Nochebuena, en su insólito taller de lectura al aire libre, mientras que la tarde agonizaba ya que al poco se encendieron las farolas, y la claridad fue lentamente dando paso a la oscuridad de la noche. Durante mi largo paseo recordé que otro taller de lectura me esperaba muy diferente: el Taller de Lectura de mi pueblo.
         Así fue. El pasado día 10 de enero, estuve en la sala estudio de la biblioteca municipal con un grupo de personas las cuales querían tener un encuentro con este modesto escritor, autor de “Cuando los olivos lloran”. Todas las personas que asisten periódicamente al Taller de Lectura de Torredelcampo, tienen un objetivo común: la lectura. Las reuniones que mantienen, sirven para analizar y exponer el criterio y la opinión que les merece un libro que previamente han elegido de antemano. 
         Y yo, este humilde y novel escritor, tuve el honor de ser invitado por sus componentes a un encuentro para comentar mi libro. He de manifestar mi agradecimiento porque me sentí muy honrado desde el principio al saber que mi obra iba a ser analizada por todos ellos en mi presencia.
En la reunión, hice una breve semblanza de mi vida desde mis más tiernos albores, subrayando mi pasión por la escritura y la lectura, y de cómo se forjó en mí la idea y la aventura de escribir mi libro.
         Quise hacer hincapié de que muchos posiblemente al leer mi novela –Ya lo escribe en el prólogo Juan Armenteros: Críticas vendrán que te herirán-, se sientan dolidos porque entiendan que he magnificado en su detrimento a cierto sector de aquella sociedad en la que me tocó vivir, y otros dirán que he sido muy limitado y hasta benevolente. A todos ellos, dije, no quisiera que me juzgasen por lo que viví, vi, oí y escribí, porque entiendo seria juzgar un trozo de la historia de nuestro pueblo.  También les hice saber que otros con más mérito que yo podrían haber escrito esta parte de nuestra historia local, pero seguro que para ello tenían que haber hurgado en la memoria de muchos. Yo,... sólo tuve que poner la mía a trabajar. 
       Después agradecí tanto los piropos a mi obra, como naturalmente aquellas deficiencias que observaron propias de un novato como yo en el terreno de las letras.  
         Y así fue de cómo quedó grabado en mí aquella tarde-noche de la Noche Buena, y la otra, esta última sinceramente muy grata que pasé junto a un grupo de entusiastas torrecampeños amantes de las letras. Tanto el taller de lectura al aire libre que he narrado al principio, como también en el que participé en mi pueblo, ambos tienen un denominador común: la pasión y la afición por la lectura. Gracias a todos los que seguís amándola, porque en estos tiempos que vivimos me alberga una duda... ¿existe hambre por leer?     
            

miércoles, 4 de enero de 2012

MI CARTA A LOS REYES MAGOS

MI CARTA A LOS REYES MAGOS.

Queridos Magos de Oriente:

Nunca os escribí ninguna carta. Yo cuando era pequeñito como todos los niños de mi edad crecí creyendo en vosotros aunque en nuestro pueblo nunca os vimos. Sólo una vez vi un viejo carro tirado por una mula sin luces ni decorados y nada más estaba Melchor, pero éste repartía juguetes sólo a los niños que sus padres previamente habían encargado en una tienda pues luego me enteré después. A pesar de todo, como erais magos, sé que por la noche nos poníais a pié de cama a mí y a mis hermanos una pequeña cestita con caramelos. Recuerdo los gajos de naranjitas, las chocolatinas, y el verde intenso de las aceitunas de dulce. A otros no sé por qué sólo les dejabais unas pocas de palomitas. Erais muy pobres, lo sabia, aunque con algunos niños erais más espléndidos, pero puede  que fuese porque se comportasen mejor que yo y que otros, aunque siempre tuve mis dudas, porque  los buenos solían ser los que sus padres eran más adinerados ¡Qué casualidad!
Yo no protestaba, me conformaba con una bufanda, unos calcetines o un jersey que me regalaban mis abuelos. Me consolaba asimismo también cuando escuchaba por la radio la copla que cantaba Pepe Pinto, que decía más o menos así, y que algunos de mí edad recordarán:

Esto le oí decir a un pobre niño chiquito que al hospicio lo llevaron cuando quedó huerfanito.
Era una noche de Reyes, los Reyes Magos pasaron y para llevar juguetes al hospicio se acercaron.
Y aquél niño decía, mago de mi corazón, tráigame usted a mi madre  pa que la conozca yo. Si la ve usted por el Cielo dígale usted que no la olvido, aunque hay unas almas buenas que me tienen recogio, pero esta noche de Reyes aunque tengo quien me ampare, yo daría todos estos juguetes por un beso de mi madre.
   
 Naturalmente, aquella copla me dejó huella, porque siempre que la escuchaba un nudo se me hacía en la garganta y trataba de evitar sin conseguirlo que alguna que otra lágrima aflorase en mis ojos, puesto que oyendo esa copla me sentía un afortunado ya que yo tenía madre, y el niño de la copla no.
Así pasaron año tras año aquellos pobres, muy pobres Reyes Magos de mi infancia.
Hoy, después de tanto tiempo, queridos Reyes Magos, permitirme que me dirija a vosotros por primera vez, y no para que me traigáis nada, sino para rogaros que en vuestra visita no os llevéis nada de lo que por ahora poseo.

Así pues, en primer lugar os rogaría que no os llevéis el cariño de mi mujer y de mis hijas: mi tesoro principal en esta vida.

 No os llevéis la ternura de mi padre. Dejadme aún seguir alimentándome de sus sabios consejos.

No os llevéis el apoyo incondicional de mi hermano, aquél que en los momentos más delicados de mi vida siempre ha estado a mi lado.

No me arrebatéis de mi memoria los recuerdos de aquellos a los que quise y se fueron.  

No os llevéis el afecto de mis amigos, de los que están cerca, y de aquellos que apenas veo por la lejanía.

No os llevéis la grata sensación de sentirme querido por el resto de mis seres queridos.

No os llevéis la emoción que siento cuando estoy en mi pueblo y puedo contemplar como ahora en este tiempo invernal, a los olivares escondidos entre las brumas. No me arrebatéis asimismo el orgullo de seguir sintiéndome torrecampeño. 

No os llevéis la quietud y la serenidad que me acompaña mientras leo un libro al calor de la lumbre.

No os llevéis el gozo de comunicarme expresando mis sentimientos y recuerdos a través de mis novatos renglones, aunque muchas veces sean pueriles y banales.  

Ya por último, sólo quiero que nunca os llevéis la sonrisa de mis nietos y el placer que siente este abuelo que os escribe cuando juega con ellos, pues aunque compita con vosotros, creo que para  ellos soy uno de sus juguetes preferidos.

Dejarme todas estas cosas, y llevaros todo aquello que no me sirve.

Como magos que sois, haced un paquete muy grande en el que quepa la guerra, y arrojarlo fuera de nuestra galaxia.

Haced otro con el hambre y envolverlo con el odio y las desigualdades sociales, para que vaguen toda la eternidad por los espacios siderales.

Haced otro paquete muy grande, ¡pero que muy grande!, con el dinero de aquellos que han hecho y están haciendo de la crisis un negocio, especulando a nivel mundial con los alimentos, sin importarles que con ello sigan muriendo por la hambruna millones de niños. Repartirlo allí donde más falta haga, e incluir también en el mismo el dinero de aquellos muchos avaros que nutren su codicia en estos tiempos de crisis a la cual se aferran como pretexto para transgredir los derechos de muchos desvalidos.
Y si no cabe en el paquete tanto dinero, –que no cabrá-, fruto de la explotación de tantos y tantos desgraciados que en su desesperación por llevar un pedazo de pan a su hogar, caen en manos de estos negreros explotadores, haced otro paquete más, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro ,y otro...
          
         Llevaros pues todo aquello que no valga para que en vuestra próxima visita podáis ver la sonrisa de todos los niños del mundo, incluida la de este chiquillo que os escribe hoy por primera vez después de sesenta y tantos años.